lunes, 15 de noviembre de 2010

-Barba Azul (primera parte)




Érase una vez un hombre que era inmensamente rico y era dueño de todos los cultivos del valle. Pero por desgracia, aquel hombre tenía la barba azul: esto le hacía tan feo y terrible que no había mujer que no huyera de él.

Una de sus vecinas, dama de calidad, tenía dos hijas sumamente bellas. Él la pidió en matrimonio y dejó a su elección que le diera la que quisiera. Ninguna de las dos quería: era un hombre horrible y además no se sabía nada de las anteriores chicas que había tomado en matrimonio. Pero, por miedo a enfurecerlo, la mayor de las dos accedió a casarse con él.


Al cabo de un mes, Barba Azul dijo a su mujer que se veía obligado a hacer un viaje a provincias por lo menos seis semanas, para un asunto de mucha importancia; que le rogaba que se divirtiera mucho durante su ausencia, que invitara a sus amigas, que las llevara al campo si quería, y que siempre comiesen bien.

—Ahí tienes —le dijo— las llaves de mi palacio. Abrid todo, andad por donde queráis, pero os prohíbo que entréis en cuarto del sótano, y os lo prohíbo de forma que, si llegáis a abrirlo, no habrá nada que no podáis esperar de mi cólera.

Ella prometió cumplir exactamente cuanto se le acababa de ordenar. Y él, después de abrazarla, subió a la carroza y partió de viaje.

Pasaron los días y agonía que suponía la pequeña llave del sótano en el llavero cada vez era mayor.

Se vio tan dominada por su curiosidad, que al cuarto día bajó las escaleras que conducían al cuarto secreto. Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo un rato, pensando en la prohibición que le había hecho su marido y considerando que podría sucederle alguna desgracia por haber sido desobediente; pero la tentación era tan fuerte que no pudo resistirla: cogió la llavecita y abrió temblando la puerta del sótano.

Al principio no vio nada, porque las ventanas estaban cerradas; después de algunos momentos empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada y que en ella se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas y sujetas a lo largo de las paredes. (Eran todas las mujeres con las que Barba Azul se había casado y que había asesinado una tras otra).

Estuvo a punto de morirse de miedo, y la llave del gabinete que acababa de sacar de la cerradura se le cayó de la mano. Después de haberse recobrado un poco, recogió la llave, volvió a cerrar la puerta y subió a su cuarto para reponerse un poco, pero no lo consiguió, tan agitada como estaba.

Habiendo notado que la llave estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres veces, pero la sangre no se iba; por más que la lavara e incluso la frotara con arena y asperón, siempre quedaba sangre, pues la llave estaba encantada y no había manera de limpiarla del todo; cuando se quitaba la sangre de un sitio, aparecía en otro.

* * *

Mañana más y mejor.

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