Gueb y Nut eran más apacibles que sus padres. Estaban juntos día y noche y no tenían secretos entre ellos. El cielo abrazado a la tierra y la tierra, al cielo. Eran inseparables.
Atón, el creador, estaba preocupado. Tengo mucho trabajo. Necesito espacio para mi creación. ¡Si estáis tan cerca el uno del otro, no cabrán los árboles altos ni las montañas escarpadas ni los ríos y cascadas, ni las criaturas de largas piernas y cuellos largos! Pero Gueb y Nut no le hicieron caso. Siguieron con sus risas susurrándose secretos el uno al otro.
Atón acabó por perder la paciencia y llamó a Shu, el padre. "Separa a tus hijos -le ordenó-, y así podré crear un mundo y evitar que el yermo oscuro y líquido regrese de nuevo."
Shu tuvo que obedecer. Se deslizó entre sus dos hijos e izó a Nut, sosteniéndola con sus manos como si fuera un toldo azul, y retuvo firmemente a Gueb bajo sus pies.
Gueb luchaba por liberarse. Sus gritos provocaron los primeros terremotos que estremecieron la tierra, y enfurecido hizo vomitar los volcanes por primera vez. Sus lágrimas de rabia rodaron por sus mejillas haciendo brotar las plantas.
Shu alzó a Nut más arriba todavía. Ella intentaba legar hasta Gueb desesperadamente, pero solo conseguía tocar su rostro con la punta de los dedos. Gueb hacía fuerza para levantarse y volver a rodearla con sus brazos, pero Shu le mantenía inmóvil sin compasión.
Mientras Gueb, postrado, miraba a Nut, su perfil se fue convirtiendo en los escarpados valles y montañas de la corteza terrestre. Sus lágrimas hicieron correr ríos y llenaron lagos a su alrededor.
Entonces, Atón, el creador, sintió lástima por Gueb al verle tan quieto mirando a Nut desde lo lejos. Y creó miles y miles de estrellas que esparció por el cuerpo de su hermana. "¡Mira, Gueb! Ahora podrás ver a Nut en la oscuridad."
Pero ese gesto no fue suficiente. Gueb siguió llorando sin consuelo y lo mismo Nut. Por mucho que su padre, Shu, dios del viento, intentase traer nubes que no les dejasen verse e hiciesen que se olvidaran o intentase sin remedio secar sus lágrimas, desde ese día no paró de llover en la tierra.