Vivir en el recuerdo es el modo de vida más perfecto que se pueda imaginar.
Soren Kierkegaard
* * *
RECUERDOS A GRANEL
Non Plusultra era vendedor de recuerdos. Quienes no habían vivido suficientes experiencias agradables a lo largo de su vida acudían a él en busca de recuerdos alegres. 
El señor Plusultra los creaba a partir de sus propios pensamientos y experiencias. Durante los primeros años no tuvo ningún problema: había sido un hombre aventurero que había visitado muchos lugares exóticos y conocido a mucha gente.
            Pero un sábado por la mañana, cinco años después de que convirtiera la sensación de victoria del día que le dejaron comer helado antes de cenar en recuerdo para vender, se despertó con una sensación extraña. Levantó el brazo derecho a la altura de los ojos para comprobar que podía ver a través de él.
 La noche anterior había realizado el recuerdo más ambicioso hasta el momento había utilizado el día en que se declaró a Annie Interim, su vecina del segundo. Ya no recordaba las palabras que había dicho, tampoco cómo era la cara de ella, ni siquiera que existía una chica llamada Annie Interim de la que había estado enamorado. 
            Pero ¿Qué más daba? Gracias a eso había cobrado varios millones al vendérselo a un ricachón amargado que nuca había tenido el valor de declararse a nadie. A demás, lo único que el señor Plusultra sabía era que, en estos momentos, tenía un gran cheque en la mesita de noche y nada más. Ojos que no ven… se había dicho la noche anterior en su laboratorio. Y era  cierto: no era consciente de haber perdido nada, solo de que había ganado sesenta millones.
            
Mientras se hacía a la idea de que tenía un brazo transparente, sonó el teléfono.
            -¿Señor Plusultra? Buenos días, soy la señorita Suma Cumlaude. Mi colega, Dout Des, me ha comunicado que usted tiene un remedio milagroso contra la insatisfacción. Querría hacerle un pedido grande.
            Él se miró el brazo izquierdo aún opaco.
            -Estoy dispuesta a pagar 250 millones, 300 si fuera necesario.
            Miró su álbum de fotos abierto sobre la mesa de trabajo. Su hija le sonreía desde una foto en blanco y negro. Acarició la imagen con los dedos invisibles.
            -¡500! ¡Le pagaré 500! -Gritó la mujer ante su silencio.
            -Está bien. Trato hecho. -Zanjó despegando la foto del libro.
            
Non Plusultra pronto se convirtió en la persona más conocida en todo el país. También en la más rica. Su brazo izquierdo desapareció con el recuerdo de la primera vez que su hija lo llamó “papá”. Su tronco con el día de su boda. Las dos piernas se fueron con el día que nació su hija. Las dos orejas y la nariz se volvieron transparentes a la vez que olvidó cómo le besaba su madre. Su primer viaje sin padres se llevó todo su pelo y el resto de su cuerpo desapareció con todas las canciones que conocía…
            Su cuenta corriente rebosaba de dinero, pero su memoria estaba vacía. A duras penas recordaba cómo se ataban los zapatos o cuanto valía su bollo favorito en la pastelería de la esquina. Siguió creando recuerdos pero nadie los compraba. Pues, las pocas experiencias que le quedaban carecían de interés y los recuerdos que realizaba con ellas estaban vacíos de sentimientos. 
            Al no disponer de recuerdos propios que poner a la venta, sus clientes desaparecieron. Ellos querían experiencias nuevas y emocionantes y lo que había leído en el periódico esa mañana o la conversación con la portera no eran suficientes.
            Hoy, Non ya no vende recuerdos: no puede crearlos porque no recuerda nada. Hace tiempo que el dinero que ganó se acabó y para vivir, se dedica a vender objetos que había en su casa de los que ya no se acuerda el uso. De vez en cuando alguna abuela le compra algo y le lleva un taper con lentejas.
            -¡Para que cojas un poco de color, cariño! -le dice.
            Pero ya es demasiado tarde. Non Plusultra no recuperará ni su cuerpo ni su memoria. Ahora no es más que una gabardina triste y vacía. 

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